La Manifestación

El tiempo no había cambiado; ya no llovía pero aun las nubes lo cubrían todo. Miró por la ventana y la ganó el desánimo. Salía muy poco últimamente -cada vez menos, a decir verdad- y el día desapacible no alentaba precisamente. Pero tenía varias diligencias impostergables a realizar que le impedían posponerlo, por lo que tomó el portafolios, las llaves y, pensando que mientras más rápido fuera antes volvería, subió al auto y salió en dirección al centro.

La falta de sitio libre la obligó a estacionar a varias cuadras pero, una vez en la calle, no le disgustaba caminar y así, llegó a la zona de bancos.
Estaban allí; eran muchos y por un momento pensó en rodearlos pero el destino que llevaba la obligó a pasar entre ellos. Los miró disimuladamente; no supo por qué pero no se atrevió a mirarlos directamente. Eran todos distintos pero, de alguna manera, iguales, unificados por las máscaras, los abrigos oscuros del uniforme de trabajo, las capuchas puestas en la mañana nublada y fría, inmóviles y silenciosos; indiferentes al humo negro y enfermante que subía desde las cubiertas ardiendo en el pavimento. La mayoría eran altos y fuertes, condición indispensable quizá para las características de su labor. Pero había otras cosas que los aunaba; eran los rostros serios, las manos metidas en los bolsillos que, incongruentemente, no demostraban displicencia si no beligerancia. Las miradas torvas por sobre las mascaras faciales negras. Quizá, de no haberlas llevado, sus bocas hubieran expresado un rictus similar. Los redoblantes batían al unisono y el sonido fuerte, gutural, subía por los pies hasta rebotar en el pecho con su golpeteo exigente, amenazador.
De pronto sintió miedo. Pudo sentir el rencor en ellos y la violencia contenida. Quién sabía qué realidades los impulsaban, cuántas necesidades insatisfechas. Supo que la paciencia les estaba llegando a su fin y que quizá la vez siguiente no se tratara de un simple piquete. Imaginó a los distintos gremios con reclamos idénticos, primero las reuniones, luego la insurrección, todos los días, en todas las ciudades.
Entró al banco y rápidamente agotó el trámite; no había mucha gente. Al salir decidió dar una gran vuelta para llegar a su auto. Se autoconvenció de que no deseaba que su ropa se impregnara del hediondo humo y se fue caminando rápido, casi como huyendo. Casi como si, al alejarse de ellos, pudiera hacer desaparecer el presagio y la inminencia.
Diego Manuel Rodríguez, "Marcha de protesta", 2004

Invitación a la presentación de "En Negro y Oro"


Mabel García: Publicar el libro “es un sueño cumplido”

La escritora reginense Mabel García presenta su novela En Negro y Oro el viernes 14 de febrero a las 21:30 en el Galpón de las Artes.

En Negro y Oro cuenta la historia de Giovanna, una mujer italiana que llega a la inhóspita Patagonia expulsada de su tierra natal luego de la guerra y, con su carácter y personalidad, influenciará de muchas maneras a las personas que las rodean, señala la contratapa del libro de Mabel García que invita al lector a sumergirse en un recorrido por la historia temprana de Villa Regina atravesando tres generaciones hasta los ochenta.

"La historia comienza a principios de siglo pasado en Europa y luego se traslada a Regina donde transcurre hasta los arios ochenta, épocas donde la mujer no tenía las mismas libertades que tenemos ahora". En negro y Oro es una novela que retrata la vida de tres generaciones de mujeres, Giovanna, su hija y su nieta. Sin embargo no es un libro sólo para mujeres, aclaró Mabel. "Muchos hombres ya lo leyeron y les gustó", agregó.

"Es una novela de ficción y no pretende ser un libro histórico" dijo Mabel y señaló que se nutrió de las historias que escuchó de pequeña. "Me han contado historias cuando era chica, crecí entre historias de guerra e inmigrantes con todo lo que sufrieron, he conocido de cerca situaciones que se describen en el libro", remarcó.

De esta manera, el trabajo de la escritora recupera las experiencias de la vida cotidiana en los primeros años de la colonia Villa Regina. "Son partes, plumazos de las historias que me contaron", indicó.

Mabel estudia en profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto de Formación docente, además maneja un taxi para tener sus ingresos mensuales. "Escribo desde siempre lo que pasa que soy una humilde trabajadora y manejo un taxi para vivir entonces no tengo tiempo para hacer lo que quisiera. Incluso tengo otra historia en proceso que está armada pero me falta pulirla y editarla", explicó.

El estudio y el trabajo condicionan a Mabel pero en el tiempo que le queda libre se dedica de lleno a escribir. "A veces me quedó hasta las tres de la mañana escribiendo, ahora que no voy al Instituto pero cuando empiezan las clases se me complica. A veces tenés una idea y la querés poner en palabras pero no disponés de tiempo. De todas maneras en el taxi tomo notas, me surge y lo escribo en un papel o grabo lo que se me ocurre. Lo mismo me pasa de noche. Sin embargo no puedo escribir todo lo que quisiera", manifestó.

"El libro lo tengo escrito desde hace tiempo y no lo presenté todavía por una serie de cuestiones", manifestó y agregó: "Primero lo tenía durmiendo en un cajón porque no le daba el suficiente valor, no consideraba que fuera bueno. Después alguien con la suficiente autoridad me dijo que era bueno, entonces intenté publicarla en Bueno Aires pero las editoriales cuando no sos nada, no ganaste nada, no te prestan atención. En una editorial me dijeron que les gustaba la historia y que la querían publicar pero como era una editorial nueva no tenían los medios para afrontar todos los gastos y me pedían colaborar con una parte de la edición pero yo no tenía posibilidades económicas".

Luego de esta experiencia Mabel se decidió a participar de concursos literarios donde obtuvo terceros premio y menciones, incluso se ganó un lugar en una antología.
(http://escritoresargentinospatagonicos.blogspot.com.ar/2013/05/un-punado-de-tierra.html)

A pesar de contar con varios galardones en su currículum, la escritora optó por no depender de las editoriales y hacer una edición propia. "Un día me puse a desarmar unas cajas y encontré la novela y me dije que no puedo permitir que siga durmiendo en un cajón".

Sin embargo, Mabel ya no quería volver a caminar por todo Buenos Aires golpeando las puertas de las casas editoras entonces, con el apoyo de su hija, hizo su propia publicación. "La voy a hacer sola porque ahora es más fácil. Mi hija me ayudó mucho con el trabajo y me dijo que tenía que hacer un esfuerzo por publicarla", recordó.

En Negro y Oro era uno de los tantos escritos que Mabel guardaba, entre novelas y cuentos, de una época sumamente prolífica. "El escritor, cuando tiene una crisis, escribe sus mejores obras", explicó Mabel y añadió: "No digo que cuando haya escrito la novela tuve una crisis o un drama pero si fue un momento de introspección. Nunca me propuse escribir un libro para publicar, salió fluido. Quise escribir lo que pensaba y sentía en ese momento de una manera que resulte agradable para que se entusiasmara el que lo leyera, apuntando a que lo leyera mi familia, nada más".

Mabel agradeció la crítica que hizo Carlos Schulmaister del manuscrito ya que fue quien le dio ánimos para que su novela trascienda el círculo familiar. "Carlos era secretario de Cultura de la Municipalidad y como no estaba segura de que lo que escribía valiera la pena un día me animé y se lo llevé a su casa y le dije que lo lea para saber si tengo que insistir con la escritura o si me dedico a otra cosa. Al cabo de dos días volví y me dijo que le había parecido muy buena y me incentivó para que la lleve a Buenos Aires", relató.

Así, la historia del libro de Mabel podría ser parte de otra novela de mujeres que se abren camino con esfuerzo y a fuerza de voluntad. Escrito y revisado, olvidado y recuperado, después de tanto tiempo, tantas idas y vueltas y el sacrificio económico que implica la impresión "es un sueño cumplido", expresó la escritora.

Otras creaciones patagónicas

Obra que hemos considerado digna de compartir:


Dejaré de sentir hasta volver a sentir. Haré tierra de mis restos hasta brotarme de nuevo, y si tengo que olvidar, olvidaré hasta quien fui. 
Recordaré quien seré... En la lucha el derrotado no es quien pierde, es quien no lucha; y vencer es no darse por vencido. La costumbre te suicida suicidando sentimientos. El miedo mata al valor que se esconde tras la búsqueda de un sueño, y por no dañar vas acumulando daños ajenos en el amor propio; y dejas que el tiempo sea la cuenta atrás de una excusa, el intervalo que pasa, el intervalo de nada. Todo parece lejano, añejo en la memoria de los deseos muertos, lamidos por la esencia de los suspiros ahogados, con mentiras que ocultan la única certeza, esa que se llama ahora... Y dejaré de sentir para volver a sentir... Y despojaré el vacío mancillado de rutina, para que me posean cariños que me acerquen al cariño. Ese puro y sincero que habita en el envés de la necesidad, sin motivos, porque cuando la verdad es abnegada la cantidad carece de importancia, y preciso ser querida para volver a querer, a quererme, porque aparte de estar viva, he decidido vivir.

Anónimo

"Un puñado de tierra"


Forza Mariucha!
Por entre sus pestañas anegadas, María miró distraída a su hermana Isabella que confortadora, le palmeaba el brazo. Pensó vagamente que no era la primera vez que oía aquella exhortación al valor. En verdad la había oído en muchas, demasiadas ocasiones a lo largo de su vida. Dramáticas unas, cotidianas otras.
Forza Mariucha!- había susurrado su madre cuando ella rehusaba desprenderse del cuello de la nonna Antonia, allá en la aldea. La aldea, olvidado paraíso de antes de la guerra y convertida ahora en árido campo sembrado de despojos, había impulsado a sus padres a emigrar a Argentina. Los abuelos, demasiado viejos y cansados para emprender la azarosa aventura de fare l’América, quedaban atrás; aferrado a la esperanza de ver renacer su destruida Italia.
La nueva tierra era áspera y dura. Costaba mucho sudor arrancarle rojas manzanas y las doradas peras que enviaban a Buenos Aires en tren.
Forza figlia!- diría su padre mientras forcejeaban para desatar del barroso camino el carro tirado por caballos en el que llevaban las frutas a la estación del ferrocarril. Y María apelaba a sus reservas de resistencia y de coraje para sortear ese obstáculo, así como muchos otros. La ardua labor de segar la alfalfa a guadañazos,  la de carpir la tierra al rayo del sol, la de cosechar, cuando la temperatura y la humedad entre el monte frutal le hacía correr ríos de sudor por entre los omóplatos.
Luego conoció a Renato, inmigrante igual que ella. No era una casualidad claro, porque en la colonia recién formada todos lo eran, y la gran mayoría se visitaban entre sí. Por cierto no todo era trabajo y sacrificio. Las fiestas familiares solían reunir hasta cuatrocientas personas. Aquí los colonos reducían alarmantemente sus provisiones de vino casero, sidra, pollos, lechones, patos y pavos. Después bailaban.
La primera vez que María danzó entre los brazos de Renato supo que él era su hombre. Y en apariencia también él la reconoció como la mujer que le estaba destinada, porque inmediatamente inició un cortejo formal que terminó en boda al cabo de pocos meses. En adelante María viviría en la casa de sus suegros hasta tanto éstos fallecieran y la propiedad familiar se dividiera entre Renato y su único hermano.
Pero el día del casamiento él no quiso llevarla allí. En cambio condujo el carruaje hasta la orilla del río y se detuvo bajo unos árboles.
La ayudó a descender y permanecieron un momento escuchando el silencio, quebrado apenas por el croar de alguna rana y el suave rumor del agua que corría. Era la primera vez que estaban completamente solos.
-Aquí Mariucha- murmuró Renato mientras la acostaba sobre la tierna hierba. –Nadie más que nosotros dos debe vivir este momento- declaró.
Era plenilunio y la plateada luz, las ramas y las hojas proyectaban un encaje de sombras sobre el pasto gris y fresco. La tibia brisa nocturna era como alas de mariposa sobre su piel desnuda. En aquellas horas mágicas María pensó que jamás volvería a ser tan feliz.
Pero lo fue.
Cuando nacieron sus cinco hijos, ocasiones todas ellas en que la comadrona repitió a María aquellas palabras:
Forza Mariucha! ¡Ya viene presto!
Y fue feliz cuando se pusieron bajo riego nuevas tierras y a ellos se les concedió su propia parcela.
Y también cuando Renato compró su primer automóvil y la sentó a ella en el asiento del pasajero como si fuera una reina. Con más de cincuenta años cada uno, salieron de paseo cual si aún fueran novios.
¡Ah! ¡Su querido Renato! La vida había sido fácil a su lado. Él era algo taciturno y solía caer en malhumorados silencios. Pero con ella siempre había tenido una ternura y una consideración especiales. A lo largo de sus cuarenta y cinco años juntos, la había amado y respetado por más que las penurias del diario vivir hubiesen conspirado para borrarle la sonrisa. Habían perdido cosechas enteras en breves y feroces minutos de una granizada, o en gélidas noches de heladas tardías de primavera. Soportando juntos la terrible pérdida de uno de sus hijos a causa de una de las muchas enfermedades infantiles para las que entonces no existían vacunas. Habían bregado y batallado duramente para conseguir la prosperidad, que lograron sólo hacia el ocaso de sus vidas.
Y ahora que la lucha se tornaba menos necesaria y la existencia más serena, Renato se iba y la dejaba sola. María miró descender el ataúd al fondo de la tumba.
“¿Forza Mariucha?”, pensó. “No. No más valor ni más resistencia. Los hijos están crecidos, Renato, amor mío; y ya no me necesitan tanto. Espérame. Pronto iré a tu lado.”
Arrojó un puñado de tierra a la fosa y enseguida se alejó apoyada en el brazo de su hermana. La misma determinación que la había impulsado toda su vida la sostenía ahora. Cesaría en la lucha. Y cuando sintiera que la muerte venía, tal vez la iría a esperar en aquel lugar del río, donde sin duda las hojas seguirían dibujando delicadas filigranas de sombras bajo la luz de la luna, y la hierba seguiría siendo tierna y acogedora para su cuerpo cansado.

"El clavo que sobresale, es siempre el que recibe el martillazo."
Proverbio chino

IMPORTANTE

Ya que hemos recibido comentarios y reclamos respecto del contenido de las obras, nos vemos en la obligación de destacar una vez más, que éstas son sólo ficción, los personajes son ficticios, y cualquier coincidencia con la vida real es mera casualidad.

Copyright, Mabel García. Derechos reservados, exeptuando las notas en cuyo pie se menciona la fuente.
Muchas gracias.